Cuando Juan se despertó una mañana después de un sueño intranquilo -llamémosle Juan por no llamarle Gregorio Samsa-, no se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto, no, pero algo extraordinario le sucedió al ponerse sus gafas de nadar intensamente azules y empezar a ver el mundo con otro color.
Juan es Juan Mayorga y el inconsciente ese que se le aparece en el escenario es César Sarachu. Como uno solo formulan la raíz cuadrada de menos uno mismo y calculan, en un brillante ejercicio de teatrosofía intensamente audaz, mi propia inconsistencia de número imaginario. La metamorfosis está completa: los tres, Juan, César y yo mismo, somos ya un único sujeto a la deriva.
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