La vida es sueño

La vida es sueño puede ser un espectáculo muy gratificante, como lo han demostrado otras puestas en escena que aprovecharon al máximo los elementos que enriquecen el ambiente de la historia principal; buenas historias cruzadas con estupendos personajes e incluso notables encuentros de capa y espada. En esta ocasión se optó por una implacable reducción a cuatro personajes, con su consiguiente limitación en forma y contenido.

El coautor de esta adaptación y director es un admirable hombre de teatro: Carles Alfaro, de quien recuerdo varias obras maestras como El lindo Don Diego, de Moreto para la CNTC; ¡Atchuusss!, sobre textos de Chejov; Tío Vania, de Chejov, en dos versiones distantes varios años, la última mejor que la primera; El arte de la comedia, de Eduardo de Filippo; El portero, de Harold Pinter, entre otras. Esta vez optó por un estatismo operístico tirando al siglo XVIII, de excesiva inmovilidad, potenciando lo peor del texto original: un sinfín de palabras con regocijo repetitivo y pasión por un antiteatro muy calderoniano: no sólo todo se cuenta más de una vez, sino que las escenas principales llegan advertidas con lujo de detalles.

Últimas noticias

Reikiavik

Reikiavik

Con la ayuda de Juan Mayorga, recordamos cómo se gestó uno de sus grandes éxitos de los últimos años: Reikiavik. La obra, que puede verse desde casa de manera gratuita a través de la plataforma...

leer más